En el agujero
Cada vez odio más la urbe. Es más fuerte que yo. Ni en agosto la cosa se tranquiliza. Es más, parece que se recrudece. Yo viajo todos los días en transporte público y no he notado nada. Seguimos igual. La misma gente, las mismas obras y los mismos atascos de siempre. Un caos absoluto que, si unimos el calor, forma un coctel bastante explosivo. Decian ayer en la radio que la gente ya no se coge Agosto entero de vacaciones y eso se nota. Y seguramente sea así.
Encima he tenido la "suertecilla" de meterme en el metro a la salida del trabajo y que éste se averiara justo entre dos estaciones. No hubiera pasado gran cosa si no es por el pequeño detalle que yo iba dentro del tren averiado. Media hora en un agujero dandole a la cabeza. Media hora que se me ha hecho eterna. Media hora con cortes de luz en el vagón y ese nerviosismo enmascarado de risita nerviosa que irradia la gente y que va increscendo a medida que el tiempo pasa. Y pasa lento, muy lento. He puesto a prueba mi autocontrol. Me daría un aprobado alto.
El único momento "kit kat" fue cuando el maquinista, que estaba hablando con un técnico en otra parte del tren, dejó abierta la microfonía y todo el tren escuchó lo siguiente "Juan, mira la presión Juan. Joder, que chapuza ha hecho esta gente". Solo le faltó preguntar por la junta de la trócola. La risa de los viajeros ahogó un poco el nerviosismo imperante. Y es que en el fondo seguimos siendo un país de tortilla y pandereta.
En fin, dos horas y media para llegar a casa. Madrid, como ya decía Joaquín, es una ciudad "invivible pero insustituible".
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