El bajón y la vocecita
La naturaleza es sabia. Y, por ende, el cuerpo humano también. Después de un fin de semana, uno más, de curro a saco para entregar informes y una mañana de estrés y adrenalina por los topes, viene el bajón. Acaba todo, te sientas en tu mesa de nuevo y comienzas a sentir el cansancio, esa pesadez de brazos tan característica y ese cerebro en Stand By incapaz de funcionar a las mismas revoluciones que antes de llegar al deadline. Ahora mismo estoy como si me hubiesen pegado una paliza. Es la respuesta de tu cuerpo cuando le sometes a tensiones, que te mantiene activo y despierto cuando lo necesitas pero te pega el bajón cuando te relajas una vez cumplido el objetivo.
Lo malo de las guerras es que no suele haber largas treguas. Y dentro de un rato tendré que volverme a poner las pilas porque el trabajo pendiente no entiende de estados físicos o anímicos. Siempre que me pasan estas cosas digo que es la última vez, que no puedo trabajar al 150% por norma, pero luego llega la vocecita que me dice que si no lo haces tú lo hará otro, que no te puedes permitir el lujo de aflojar porque de ello depende tu subsistencia y todas las pajas mentales de rigor. Y se sigue adelante, hasta que el cuerpo aguante ...
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