Salir un viernes
A determinadas edades, como la mía un suponer, salir un viernes es poco menos que milagroso. Después de un duro día de trabajo, la sola idea de llegar a casa, ducharte y salir a tomar copas hasta la madrugada se torna poco menos que una quimera. El pequeño secreto es no pasar por casa. Si abres la puerta, te quitas la chaqueta y ves ese sofá que te dice "túmbate, túmbate, túmbate" de manera insistente, la cosa se pone dura, y ya como enciendas la tele, date por enchironado.
Sin embargo, si nada más salir de la oficina te quitas la corbata (más que nada para no parecer un gilipollitas) y haces de tripas corazón, es posible que algún viernes al año puedas salir un rato. Y digo un rato porque esas excentricidades de aguantar hasta las seis de la mañana, bebiéndote España y comiéndote al niño Jesús, pasaron a mejor vida. Eso es cosa de jóvenzuelos ociosos o almas descarriadas. A la una y media tienes un cansancio acumulado y un sueño que te caes de espaldas. Y estás pensando más en planchar la oreja que en tomarte el último copazo.
Ayer salí y me lo pasé bien. Eso sí, hoy estoy follao para todo el día.
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