Regalitos compensatorios
De pequeño fui un niño no demasiado sano. Eso creo que me ha marcado para los restos. Y es lógico. Cuando eres un lechón y estás rodeado de hombres con batas blancas y cara seria que te hacen daño con pinchazos realizados con monstruosas agujas, eso se guarda bien guardadito en un recóndito lugar de la memoria y luego sale cuando menos te lo esperas.
Tendría yo no más de seis años. Recuerdo como si fuera ayer que mi madre convirtió en costumbre, a la salida del matadero, comprarme algun avioncito de plástico, algún coche guisval (miniaturas en metal) o alguna bolsita de soldaditos, para que el ya de por sí traumatico hecho de ir al practicante tuviera una mínima compensación. A mí, la verdad, me compensaba poco, pero como había que pasar por ello, el regalo nunca venía mal y aún con los ojos llorosos, siempre se me escapaba una sonrisa cuando entrabamos en la juguetería.
Hoy, después de visitar al facultativo y que me mandará a otro hospital a pedir cita para dentro de tres meses (tres) y estar más de hora y media deambulando por pasillos, preguntando a la gente y esperando turno, quise evocar esos regalos que me hacía mi madre, que bien merecidos me los tenía. Lo malo es que mi madre ya no está, así que me los he tenido que regalar yo. No son coches guisval ni bolsas de soldaditos, pero algo me compensan.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home