El día uno
El día uno de enero solía ser un día perdido en mi existencia. Cuando tenías edad para salir en nochevieja de fiesta y mamarte como un piojo, el día pasaba sin pena ni gloria intentando recuperarte del resacón y tirado en el sofá como un zombi. Sabías que el día lo tenías perdido pero tampoco te importaba. Estaba en todas las quinielas que sería así.
Ahora que no salgo me doy cuenta que también es un día perdido porque realmente haces lo mismo aunque sin resaca. Sigo tirado en el sofá y sigo como un zombi.
Pero sí tengo que reconocer una diferencia fundamental respecto a otros días uno. Hace unos años tenía una cierta ilusión por comenzar el nuevo año. Comenzabas la nueva agenda cambiando los números de teléfono, escribías en ella los propósitos y temas pendientes, pasabas a limpio los apuntes para preparar con fuerza los exámentes de febrero y ya estabas pensando en las vacaciones de Semana Santa. Ese estado de euforia se te pasaba normalmente en los primeros días después de Reyes.
Sin embargo hoy me he levantado con el desencanto en la cara. Mi perspectiva es el día siguiente y que hay que seguir trabajando en lo que dejaste pendiente el jueves pasado. Mi perspectiva vital es a un día vista. No tengo el menor interés de actualizar nada en la agenda y por supuesto ni el más mínimo atisbo de que cumpliré ningún propósito concreto.
Así que el panorama casi es peor que antes. Sin resacas, eso sí, pero peor, porque encima no te quitas lo bailao.
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