Pinceladas de normalidad
Llegó septiembre, llegó la rutina y volvemos a la vida "normal". Después de dos semanas de adaptación y de la consabida depresión postvacacional, podemos afirmar sin ninguna duda que ya estamos en velocidad de crucero. Ha sido un aterrizaje suave, lo cual ha facilitado mucho las cosas. En el curro no he tenido demasiada asfixia de momento y en casa estamos organizándonos para un otoño que se presenta con algunas incertidumbres y no pocas preocupaciones.
El ánimo de momento está intacto y vamos a pelear el futuro, aunque no sea especialmente halagüeño. Sin los agobios de los catárticos e inútiles propósitos del final de vacaciones, si que hay objetivos, hay metas y hay planes, a corto, medio y largo plazo que se deben gestionar.
En contra de otros septiembres, los árboles si dejan ver el bosque. No estoy radiante ni contentísimo, pero estoy sereno y andando el camino. Que no es poco.
Etiquetas: bellezas, depresion postvacacional, planes, rutinas
3 Comments:
ves como todo no es tan malo?
Enhorabuena Jean, ese momento de serenidad es muy positivo.
Un abrazo de tu amiga
Armiño negro
Llega septiembre y, con ella, porque septiembre es mujer, las primeras brisas, los colores a media luz, las sábanas, los pijamas y los niños a la escuela. Llega septiembre y los autos en cola y las gentes con prisa, los despertadores y las obligaciones diarias de cada día. Entonces, de puntillas y casi sin avisar, llega octubre y la lluvia en madrugada. Y escuchando las gotas en los tejados, atrapado por ese tintineo mágico, uno piensa: “ya se ha ido el año, ya llegó el invierno”. Y el invierno es un epílogo. Y al caer en la cuenta del tiempo pasado, de lo perdido, de lo ganado, uno –que ya se ha puesto calcetines para no tiritar- no sabe si reír o llorar y vive esa nostalgia de sentir algo que no tiene nombre. Reír y llorar a un tiempo, mientras, afuera, siguen cayendo las gotas. ¿Es eso “llorir”? ¿Acaso “rerar”? “Intelijencia dame el nombre esacto de las cosas…”, que diría Juan Ramón.
Entretanto, la prensa obvia que el invierno ha llegado y habla de estatutos, elecciones catalanas, de una señora de 51 años que pide que “una inyección le pare el corazón”, de una señora de 87 años que vendía comida para palomas a la que le han parado el corazón a puñaladas… una señora de 87 años a la que le han parado el corazón a puñaladas… una señora de 87 años a la que le han parado el corazón a puñaladas…Y vuelves a tiritar y no es de frío. Es el invierno del alma que se te mete en el cuerpo.
Entonces suena el teléfono. Una voz amiga que aspira a ser eterna me recuerda que “hoy como ayer el diario no hablaba de mí ni de ti” y casi se ha ido otro año, que es invierno. En la televisión, otro tanto: personas que juegan a personajes con egos gastados por el anhelo de no caer en el olvido. Y una paloma que se posa en la ventana me recuerda a esa señora a la que nadie en Córdoba va a olvidar jamás y que, sencillamente, dedicó su vida a regalar sonrisas y vender comida para pájaros. “Regala vida y verdad si quieres que no te olviden”, respondo, profético, a mi amigo, quien interpreta que debe poner un quiosco en el parque de las palomas. “Lo malo es que en invierno, con la lluvia, no va a ser buen negocio”, me dice. Yo sonrío y lloro y comprendo que reír y llorar a un tiempo es llover.
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