Mi agenda vital
No me puedo permitir el lujo de dejar pasar los días. Es una sensación desagradable. Un día perdido es un día que ya no recuperaras nunca. Pero a veces los dejo pasar. Muchas veces. Me dejo llevar por la desgana, por la apatía contumaz, y pese a que debería hacer muchas cosas, no hago nada. Pero no es que no haga nada productivo, es que tampoco hago nada divertido. Me aburro soberanamente y pienso. Pero son pensamientos impruductivos, inútiles, cansinos. Ayer fue uno de esos días. Un día perdido. Una pequeña gran decepción a añadir al saco.
En estos casos, cuando la querencia del desencanto aparece, suelo coger la agenda y apuntar minuciosamente todo lo que tengo que hacer, todo lo que me gustaría hacer y todo lo que puedo hacer. No es que te motive mucho, pero por lo menos se estructura la situación. Y es que para determinadas cosas soy muy cartesiano.
Sí, me gustan las agendas. Apunto muchas cosas. No solo las tareas y los cumpleaños (aunque a veces me olvide mirarlos), sino tambien cualquier cosa que se me pase por la cabeza (ahora menos, porque tengo el blog). El problema de esta costumbre es que cuando apuntas algo que tienes que hacer y no lo haces, se te queda un resquemor de fracaso. ¿Y que haces? ... Pues volver a apuntarlo todo para el día siguiente. Total, que acumulo actividades y tareas en interminables listas en las cuales voy tachando las que he realizado. Y cada vez tacho menos. Y cada vez vuelvo a escribir las mismas tareas una y otra vez en días sucesivos. Borrón y cuenta nueva a diario.
En cuanto acabe este post voy a escribir las tareas en mi agenda para hoy. Mejor dicho, a reescribirlas. Realmente empezaré a preocuparme seriamente cuando ya ni las reescriba.
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