30 octubre 2006

Intransigencia rutinaria

Me monto en el ascensor esta mañana para ir a trabajar. En el octavo sube una chica con su perro. En el tercero se vuelve a parar el ascensor y dos personas de unos 50 años se quedan mirándonos a la chica y a mí con una cara de asco impresionante e intentan entrar también en el ascensor. Como materialmente no cabemos los cuatro y el perro (yo ocupo por dos), la chica tuvo que salirse para que entraran los intransigentes (iba a salir yo pero se me adelantó). Tuve ganas de bajarme allí mismo con la chica pero reaccioné tarde. Ni un buenos días nos dieron.

Voy a coger el metro. Como siempre hasta arriba de gente. Me pongo en una de las colas de los canceladores de billetes. Mi abono transporte no funciona. Intento volver a meterlo. Sigue sin funcionar. Me salgo de la cola. Total de la operación, no más de 8 segundos. Recibí dos voces intransigentes y tuve que salir a empujones porque nadie se apartaba.



Hace un rato, en el supermercado. Voy a pagar a la caja. Iba con los productos en la mano, porque había comprado poca cosa. La señora que me precedía tenía sus compras en la cinta, y detrás de mí, una pareja más o menos joven comienza a descargar su compra sin dejarme sitio en la cinta. Les miro con incredulidad y ellos siguen descargando en estado catatónico y totalmente obcecado. Miro a la cajera, ella me mira a mí y sonreimos ...

Y esto hoy, un día cualquiera. La historia se repite todos los días. Lo peor de la intransigencia y la mala educación colectiva es que nos estamos acostumbrando a ella. Espero no contagiarme, aunque me cueste evitarlo.

La ciudad es un infierno, como diría Rambo ...