02 noviembre 2013

De cafeteras, drogas y cabras

Es bien conocido por estos lares que me encanta el café. Es muy importante en mi vida, de hecho. Yo diría que es de las pocas drogas blandas legales que me permito el lujo de consumir habitualmente. El #CoffeeTime no lo perdono. Vale, a veces también me aprieto unos gintons, reconozcámoslo, pero no es algo tan habitual, tan del día a día. Luego hay otras drogas vitales que todos conocéis, más bien tirando a duras, en las que no sabes como entras pero que acabas colgado y te dan en toda la madre, que diría un amigo mexicano. En todas, en mayor o menor medida, la adicción suele ser alta y sus efectos más o menos perniciosos. Todas se disfrutan y se sufren. No suele ser sencillo desengancharse de ninguna de buenas a primeras.


La que hoy nos ocupa será el café, ese líquido elemento fundamental. Pues resulta que ayer compramos una cafetera nueva, la que mi contraria y yo denominamos "cafetera de la Segunda Guerra mundial". El modelo lo conocéis perfectamente, la clásica cafetera italiana de toda la vida de Dios, que tradicionalmente hemos utilizado desde hace años pero que últimamente habíamos abandonado en favor de la práctica y sofisticada Philips Senseo.

¿Y por qué hemos comprado esta cafetera si venimos funcionando relativamente bien con la otra? Pues porque la Cabra siempre tira al monte. Me explico. La Senseo hace un café que está muy correcto. Es fácil y rápida de usar, de limpiar y es más cómoda. No hay ningún reproche a esta cafetera. Pero tiene dos inconvenientes, bajo mi punto de vista. El primero es el tema de las capsulitas. Son más caras que el café molido y, si vives alejado del mundanal ruido, no se pueden comprar en el chino de la esquina. El segundo problema es que la Senseo no deja aroma a café en la casa. No parece tener ninguna importancia, pero cómo he echado de menos ese aroma a café por las mañanas.

Otra razón, más coyuntural quizás, es que nos regalaron un paquete de café molido puertoriqueño de primera calidad y tenía muchas ganas de probarlo. Hoy he recuperado esa sensación de que la casa huela a café en las madrugadas de #elclubdelbiorritmo. Y con unas tostadas con mantequilla y mermelada, soy el tío más feliz del mundo. Por lo menos durante 10 minutos. Tal y como están las cosas, no podemos permitirnos el lujo de hacerle ascos a estos pequeños placeres que te da la vida.

Etiquetas: , , , , , ,