Ayer estuvo de visita en casa mi prima con su marido y los churumbeles de ambos, de 5 y 3 años respectivamente. El papá de las criaturas me comentaba que les iba a llevar al circo, que les hacía mucha ilusión a sus lechones, en especial al mayor. Estuvimos hablando un rato sobre el tema y yo le expuse los motivos por los que a mí el circo no me gustaba mucho. El comentaba todo lo contrario, le encantaba.
Recordando esta conversación y también un post no muy lejano de Malasanta sobre el particular, no me resisto a contaros mi traumática (y real como la vida misma) experiencia en el mundo circense, que me ha marcado para toda la vida.
Pues resulta que yo tendría unos 10 años y estaba veraneando en el pueblo. Se corrió la voz rápidamente entre los chavales: "Que viene el circo!!". Y prestos y dispuestos nos fuimos toda la chavalería al circo. A mi no me hacía mucha gracia, pero como iban todos, pues yo también. Cuando vi la pinta que tenía el circo, me temí lo peor. Era una especie de toldo mal puesto y unas gradas de madera de dudosa estabilidad. Cuando sale el Maestro de Ceremonias hombre aquel, mis peores temores se confirmaron. Esto no era un circo, eran los gitanos de la cabra. Y efectivamente, el primer número era con una cabra. Cabra amaestrada, eso sí, pero cabra. Y vaya cabra, parecía un ciervo.
El "domador" (a la sazón el mismo maestro de ceremonias de antes) se dirige a la audiencia y espeta en voz alta: "Para el primer número necesito dos voluntarios que estén fuertes". Y ni corto ni perezoso se pone a buscar por las gradas. Se dirige a mí y al chaval dos filas más allá y dice en tono serio, "salid vosotros". Eso es voluntariedad. Total, que salgo medio acojonado a la pista central. Esa iba a ser mi primera actuación en público. El miedo escénico estaba pudiendo conmigo. Adrenalina en estado puro.
Nos dijo el domador: "Es muy sencillo, poneros a unos dos metros en línea recta, de frente y levemente encorvados, con la espalda paralela al suelo". Yo a estas alturas ya me imaginaba de que iba el tema y comencé a sentir pánico.
Suena una música de Casio PT-100 y sin más dilación se sube la cabra en la espalda de mi compañero. A la voz de su amo, la cabra pega un salto bestial y posa sus pezuñas en mi espalda. Que dolorrrrrr. A todo esto casi me tira. Yo aguantando como podía y la cabra se da la vuelta y vuelve a saltar hacia mi compañero. Aplausos del respetable. Repetición de la jugada dos veces más. Al tercer salto yo ya tenía la espalda como un colador. Rizando el rizo, el jeta del domador nos dice "separaos más". Y la cabra hace un ultimo salto espectacular y acaba el número. El domador vocifera "un fuerte aplauso para la cabra saltarina y para estos fornidos muchachos". Y las 30 o 40 personas que podria haber alli nos ofrecieron una cálida ovación. Fue lo único que sacamos, además de un dolor de espalda de una semana y picores varios por todo el cuerpo durante el resto del día.
Y así fue como me convertí en protagonista involuntario de una actuación circense. Por amor al arte además. Para que luego digan que no es dura la vida del circo ...