El otro día un comentarista anónimo, en respuesta a este post desencantado que hablaba de la rutina de la estabilidad, del desencanto de lo habitual de un servidor, nos aconsejaba que a mi contraria y a mí nos hacía falta un bebé, lechón o lechona, que nos ocupara el tiempo y completara el ciclo vital, eso que llaman pomposamente "realizarse".
Dejando a un lado relojes biológicos, que ya comienzan a perfilarse en el horizonte, vale, lo asumo, es ley de vida y objetivo fundamental perpetuar la especie, no seré yo quien niegue eso, al fin y al cabo somos mamíferos. Reconozco que tener un churumbel tiene ciertas satisfacciones y algunas ventajas. A parte de la posible ilusión que nos haría, daría una alegría a mi familia, eso seguro, me integraría socialmente y pasaríamos al grupo de pareja de hecho con hijo, que ya te miran de otra manera. Es lo políticamente correcto, "lo que hay que ser". Podría, además, entrar en la secta de mis amigos con hijos y me invitarían a los cumpleaños de los niños y mis amigas mamás me mirarían de otra forma. Y además Zapatero ahora te da 2.500 euros para pañales. Luego hay que pensar que cuando sean mayores, si les hemos educado bien y no nos salen ranas y nos meten de cabeza en una residencia (o a lo peor ni eso), cuidarán de nosotros en nuestra senectud.
Pero no lo acabo de ver claro, básicamente porque:
- Para tener niños hace falta una casa y, pese a los 2.500 euros de Zapatero, hace falta una cuenta corriente holgadita. Y aquí de momento, ni lo uno, ni lo otro.
- El problema de los lechones es que se acaba tu vida como la has conocido y vives por y para el lechón en modo 24/7 durante mucho mucho tiempo. Tampoco sería gran problema porque mi vida actual tampoco es que sea el colmo del ocio y la aventura, pero quieras que no, uno tiene, como cualquier sistema termodinámico que se precie, sus grados de libertad. Costaría desprenderse de ellos. La responsabilidad de ser padre seguramente no la llevaría bien, porque tiendo a responsabilizarme más de la cuenta y eso me agotaría psicológicamente.
- Unido a lo anterior, sería un padre muy tocapelotas, muy paranoico, transmitiría mi aversión al riesgo al chaval o la chavala y lo tendría tan atado y controlado que sería asfixiante, sobre todo en la adolescencia. Controlar eso seguro que no sería nada fácil.
No me veo de padre ahora mismo, comentarista anónimo. Tampoco he escrito un libro ni he subido en globo. Soy un ente no realizado. Pero, como casi todo en esta vida, las cosas pueden cambiar el día menos pensado, será cuestión de que el instinto paternal o maternal aparezca, que de momento, no se ha pasado por casa ...
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