Es una sensación que nunca había experimentado. Tengo móvil desde que se comercializan en España a precios razonables, el primero, este Siemens S-10, un ladrillaco, y luego he pasado por unos cuantos Nokias (el 5110, el 3310, el 3100 y el 6131) hasta llegar a mi actual smartphone, una HTC Diamond, regalo de cumpleaños de la contraria en 2008. Aunque ya llevo tres años con el aparato y, evidentemente, se ha quedado pelín obsoleto, de momento no lo cambio, no soy una Phone-victim y suelo cambiar el móvil únicamente por motivos de fuerza mayor.
Mi móvil, por el momento
Bueno, que me enrollo demasiado. Lo que quería dejar dicho aquí es que antes perder un móvil suponía un trastorno más o menos leve. Solo he perdido uno en mi vida, me lo robaron para ser más exactos, y aunque me jodió pues tampoco fue para tanto, una llamada para anular la SIM, pillarme otro y pasar los pocos teléfonos que tenía apuntados en mi agenda al nuevo. Tampoco era mucho problema, me los sabía casi todos de memoria. Y punto.
Pero ahora, unos cuantos años después, he sufrido en todas mis carnes el pánico de perder el móvil. Fui a echar mano de él en la oficina antes de irme a comer y no lo tenía, y esta mañana al salir de casa, como siempre, lo había cogido. Me llamo desde el fijo para ver si lo tengo en algún lado, da tono pero no suena ... comienzo a pensar en si me lo he dejado en el bar tomando café, o en algún cliente, pero comienzas a sudar, porque no es el móvil en sí, lo importante son los datos que tiene. Ya no tengo agenda en papel, ni siquiera me se el teléfono de mi contraria o el fijo de mi propia casa, pero además tengo más datos, fotos, documentos, notas, etc, etc. Una autentica tragedia.
Tras cinco largos minutos, se obró el milagro, y me llamaron de uno de los clientes diciendo que si me había dejado el móvil allí, que pasara a por él. Sustaco. Luego en el tren, ya más tranquilo, reflexionas sobre lo mucho que dependemos hoy en día de estos cacharritos del diablo. Y cada vez dependeremos más ...
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